Distinto Di-Al

Distinto Di-Al

viernes, 9 de marzo de 2007

107.3


Estaba hasta los cojones del metro. No entendía cómo a Alberto podía gustarle esa máquina de tortura en masa que era el metro a las 8 de la mañana. Masificación. Asfixia. Claustrofobia. Embotellamiento. Eran palabras que desfilaban por su cabeza según iba bajando las escaleras de la boca de metro todas las mañanas. Cuatro caminos. Su parada. El agujero por el que entraba todos los días al mundo. Salía de su piso, que era su santuario, su espacio, su montaña tibetana, y el mundo real, el sucio, el gris, el abarrotado, el cruel, empezaba al sumergirse en ése túnel infernal, donde todo el mundo corría, se empujaba, se esquivaba, se ignoraba y se pisaba. Lo detestaba. No podía soportarlo. Para ella, el metro era como un círculo del infierno de Dante. Pero muchísimo peor. Ella no era como Alberto. A Alberto le fascinaba el metro. Le encantaba ver las caras de circunstancia de la gente cuando iban sentados durante el viaje. Al siempre se fijaba en las caras. Y se reía muchísimo. “Mira ése, que careto…jeje” decía siempre. Le gustaba mirar a dónde miraba la gente. Si veía a alguien observando a una persona, él también la miraba, y observaba a la persona que estaba mirando. Miraba al observador. Estaba siempre a la caza de miradas furtivas, ésas que siempre hechas cuando entra alguien en el vagón vistiendo un pantalón con 15.000 colores y te haces como si no vieras nada, pero no puedes evitar mirar furtivamente 10 segundos después para verlo mejor….A Alberto le encantaban esas cosas, pero a ella no, ella no era como Alberto.

“Dante no tenía ni puta idea” pensó para sí misma, y sonrió. Pero el mundo real tenía un oasis. Y estaba frente a ella. “El Respiro”. Volvió a sonreír. Ése era su oasis. Le encantaba esa cafetería. A 70 metros de su trabajo, era la parada antes de entrar al estudio. La parada de los 20 minutos. En Madrid todo tarda en hacerse o está a una distancia de 20 minutos. Vayas donde vayas si preguntas a alguien, está “a 20 minutos de aquí”. El taxista siempre va a tardar “unos 20 minutos” en llevarte hasta tu destino. Si llamas a alguien a la oficina y se encuentra ausente, te piden que llames otra vez en “20 minutos, por favor”. Madrid es la ciudad de los 20 minutos.Y, cómo no, ella también tiene sus20 minutos. De las nueve menos veinte hasta las nueve en punto. Sus 20 minutos de respiro. Su parada en “El Respiro”.

Era una cafetería de vocación claramente de diseño, con unas mesitas rojas de forma irregular, bajas, y no había sillas, sino unos silloncitos muy cómodos que te obligaban a recostarte en ellos aunque no quisieras. El café era bastante bueno, y como cafetera irredenta, ése era un factor importante a la hora de elegir el lugar donde pasar sus 20 minutos. Lo que ocurre es que la cafetería era antigua, antaño una sidrería, había sido reformada y no habían quitado el revestimiento de madera de las paredes y del techo, lo cual le daba un aire antiguo muy especial, que contrastaba de maravilla con el mobiliario y la barra de diseño, y la hacía muy acogedora. Y luego estaba el ventanal. Un ventanal de arriba abajo a lo largo de toda la cafetería por el que entraba una cascada de luz impresionante, que era su perdición. Por él se veía a la gente correr, pasear, huír del frío, pasar el otoño, y desesperarse a los conductores.Y justo ahí, bajo ése ventanal, ella disfrutaba de sus 20 minutos todos los días.
Entró y se sentó en su silloncito como siempre, bajo el sol, dejó un libro sobre la mesita y miró a la barra. La camarera rubia con rastas de la barra se lo estaba preparando sin necesidad de que lo pidiera, puesto que era una clienta diaria. Se lo acercó a la mesa. Con leche en vaso, dos azucarillos. La leche ardiendo.
“Gracias, Pé”- le dijo.“De nada, Diana”, y sonrió.Penélope. Era un nombre que le gustaba. Y sus rastas.Se concentró en el libro. Sylvia Platt. Poetisa suicida contemporánea. Describía la vida en ocasiones suave como el terciopelo y otras descarnada como un hueso. Pero siempre apasionada. Ella lo veía igual. Le encantaba.
Apenas había abierto el libro, una pelotita de papel la golpeó suavemente en la cabeza y cayó sobre su mesa. La cogió y miró a su izquierda, que era de donde provenía. A dos mesas de distancia había un chico sentado solo que la miraba. Era moreno, cerca de los 30, con el pelo corto. Llevaba unos vaqueros negros y un jersey gris de cuello alto. La estaba mirando y se tapaba la boca con un gesto entre avergonzado y divertido. Era muy atractivo.Diana se quedó perpleja. Le miró, y acto seguido miró la pelotita de papel que tenía en la mano. Se le escapó una sonrisa de incredulidad y la abrió. En ella había escrita una frase:

“No te imaginas lo sexy que estás ahí sola leyendo tu libro bajo el sol…”

Se quedó de piedra. Y una sonrisa le innundó la cara. Volvió a mirar al chico, que se estaba riendo. Le sonrió y dibujo una palabra muda al aire.”Gracias”.El chico no paraba de mirarla y sonreír y, bajo la atenta mirada de Diana, cogió otra servilleta y con un bolígrafo que tenía en la mano, empezó a escribir algo. Cuando terminó, hizo una pelotita y se la lanzó suavemente a las manos.Diana la recogió y le miró. Él también la miraba.
Los dos sonreían.
1 segundo.
2 segundos.
3 segund…
Ella apartó la mirada. Desenvolvió la pelotita y leyó lo escrito:“¿No te habré hecho daño en la cabeza, no?”A Diana se le escapó la risa. No pudo evitarlo. Le miró y le dijo que no con la cabeza. Él hizo un gesto teatral de alivio como si hubiera salvado la vida de una colisión múltiple de coches. Y Diana rió. En alto. Una carcajada. Estaba graciosísimo.
Fue entonces cuando Él se levanto y se acercó a su mesa. Se quedó parado de pie mirándola y le dijo:
“Menos mal, creía que podía haberte hecho una brecha o algo así”Diana rió otra vez. De cerca era muy atractivo. Tenía los ojos oscuros y llevaba una barba de tres días que le quedaba muy bien. Una mandíbula recta y unos labios muy bonitos.
“Sobre todo por que viniera el SAMUR y todo el follón que montarían aquí, ¿sabes?”. Él sonreía con expresión de pícaro mientras la miraba.Diana volvió a reír. Era alto, con buen porte. De complexión delgada, pero no enclenque.
“Tranquilo, no te habría denunciado” dijo ella sonriendo.Él se quedó callado mirándola.
“Me daba un poco de vergüenza levantarme y decírtelo directamente.”
“No importa, ha sido bonito.” Le contestó.

Se miraron. Ninguno de los dos sonreía ahora.

“¿Cómo te llamas?” le preguntó Él.

Siguieron mirándose.
1 segundo.
2 segundos.
3 segund…

“Diana. ¿Y tu?...”

“¿Yo?...yo, Javier…”

G.

1 comentario:

Alice ya no vive aquí dijo...

Y Diana hacía tanto tiempo que no sentía ese cosquilleo en la boca del estómago, ese flirteo, esa sensación de comienzo, de vértigo, de ganas, de improvisación... que era difícil que pudiera resistirse.

Dejarse arrastrar por los labios de otro o contenerse y dejar el encuentro como una anécdota, difícil la elección entre el deber y el deseo de lo que una vez se tuvo y se siente perdido.

Qué complicadas son las emociones que nos arrastran en direcciones opuestas.