Distinto Di-Al

Distinto Di-Al

viernes, 9 de marzo de 2007

107.4



Hecho de menos viajar en metro, la melancolía, los excesos, sentirme ávido y despierto como lo era antes, la poesía cotidiana de cada mañana, las caras de los viajeros, transbordos, paradas y bocas…Sentir el roce de los transeúntes, el calor que desprenden las ejecutivas de la capital, las miradas furtivas de Gran Vía, donde todos desconocemos nuestra verdadera identidad…Ahora viajo en coche, este trabajo va a matarme, atascos, humo, contaminación, la muerte disfrazada de BMW, podrás esconderte y cambiar tu piel, pero se que eres tu… huelo la crueldad de tus malvados planes a kilómetros, tu nueva plaga profética son de tamaño familiar y en colores metalizados.Cuando estoy en las caravanas, pienso en Di, ¿como puede divertirse tanto en estas aglomeraciones de masas capitalistas? Y en sus palabras:- Ese trabajo nos hará holgarnos el cinturón… Podríamos comprarnos otro coche, es una buena oportunidad para tí…¿Para que queremos otro coche? Tiraría el que tengo ahora si no me hubiese costado un jodido ojo de la cara.No entiendo que ha pasado, antes era distinta, desinhibida y en un estado constante de abstracción, me gustaba su abstracción, era dulce e interesante. La forma en que se fumaba los porros mirando al techo y bocabajo. ¡Joder, estaba como una cabra!Ahora solo habla de futuro, de dinero, de familia, de trabajo, y todas las demás cosas de las que odiábamos hablar antes…¿Que ha pasado con la chica que conocí? Diana, reservada ante desconocidos, payasa entre amigos, delicada y terca, jamás en ¿cuanto? ¿Cinco años? Jamás en ese tiempo habíamos hablado de dinero como un problema o una preocupación, nuestra única tarea era amarnos, amarnos deliberada y salvajemente, como si viviésemos en una continua cuenta atrás, y el tiempo se nos agotara del reloj de arena, esa era la Diana que conocí. Pero debe ser que la arena del reloj se esfumo y se llevo consigo a “Diana Asensio, fumada y artista de profesión” y a nuestra pasión también… Se que aún mantiene su esencia, a veces revive momentos, y puedo ver esa luz en sus ojos, ese brillo me hizo sentir que querría amarla durante el resto de días de mi vida, siento la delicadeza extrema y pura de sus abrazos, cuando se funde en un mismo cuerpo conmigo, pero, después volvemos a la realidad presente y hallo el desasosiego de sus labios cuando los beso, el hastío de sus muslos entre mis caderas, el frío avaro de la soledad compartida. La quiero, se que la quiero y ella me quiere a mi, es solo que, a veces pienso en como era antes, en como el tiempo estropea los sentimientos hermosos como si de una piel arrugada se tratase, pienso incluso antes, mas atrás aún, antes de conocerla, cuando estaba solo y la vida era un regalo por desenvolver…


Jl.

107.3


Estaba hasta los cojones del metro. No entendía cómo a Alberto podía gustarle esa máquina de tortura en masa que era el metro a las 8 de la mañana. Masificación. Asfixia. Claustrofobia. Embotellamiento. Eran palabras que desfilaban por su cabeza según iba bajando las escaleras de la boca de metro todas las mañanas. Cuatro caminos. Su parada. El agujero por el que entraba todos los días al mundo. Salía de su piso, que era su santuario, su espacio, su montaña tibetana, y el mundo real, el sucio, el gris, el abarrotado, el cruel, empezaba al sumergirse en ése túnel infernal, donde todo el mundo corría, se empujaba, se esquivaba, se ignoraba y se pisaba. Lo detestaba. No podía soportarlo. Para ella, el metro era como un círculo del infierno de Dante. Pero muchísimo peor. Ella no era como Alberto. A Alberto le fascinaba el metro. Le encantaba ver las caras de circunstancia de la gente cuando iban sentados durante el viaje. Al siempre se fijaba en las caras. Y se reía muchísimo. “Mira ése, que careto…jeje” decía siempre. Le gustaba mirar a dónde miraba la gente. Si veía a alguien observando a una persona, él también la miraba, y observaba a la persona que estaba mirando. Miraba al observador. Estaba siempre a la caza de miradas furtivas, ésas que siempre hechas cuando entra alguien en el vagón vistiendo un pantalón con 15.000 colores y te haces como si no vieras nada, pero no puedes evitar mirar furtivamente 10 segundos después para verlo mejor….A Alberto le encantaban esas cosas, pero a ella no, ella no era como Alberto.

“Dante no tenía ni puta idea” pensó para sí misma, y sonrió. Pero el mundo real tenía un oasis. Y estaba frente a ella. “El Respiro”. Volvió a sonreír. Ése era su oasis. Le encantaba esa cafetería. A 70 metros de su trabajo, era la parada antes de entrar al estudio. La parada de los 20 minutos. En Madrid todo tarda en hacerse o está a una distancia de 20 minutos. Vayas donde vayas si preguntas a alguien, está “a 20 minutos de aquí”. El taxista siempre va a tardar “unos 20 minutos” en llevarte hasta tu destino. Si llamas a alguien a la oficina y se encuentra ausente, te piden que llames otra vez en “20 minutos, por favor”. Madrid es la ciudad de los 20 minutos.Y, cómo no, ella también tiene sus20 minutos. De las nueve menos veinte hasta las nueve en punto. Sus 20 minutos de respiro. Su parada en “El Respiro”.

Era una cafetería de vocación claramente de diseño, con unas mesitas rojas de forma irregular, bajas, y no había sillas, sino unos silloncitos muy cómodos que te obligaban a recostarte en ellos aunque no quisieras. El café era bastante bueno, y como cafetera irredenta, ése era un factor importante a la hora de elegir el lugar donde pasar sus 20 minutos. Lo que ocurre es que la cafetería era antigua, antaño una sidrería, había sido reformada y no habían quitado el revestimiento de madera de las paredes y del techo, lo cual le daba un aire antiguo muy especial, que contrastaba de maravilla con el mobiliario y la barra de diseño, y la hacía muy acogedora. Y luego estaba el ventanal. Un ventanal de arriba abajo a lo largo de toda la cafetería por el que entraba una cascada de luz impresionante, que era su perdición. Por él se veía a la gente correr, pasear, huír del frío, pasar el otoño, y desesperarse a los conductores.Y justo ahí, bajo ése ventanal, ella disfrutaba de sus 20 minutos todos los días.
Entró y se sentó en su silloncito como siempre, bajo el sol, dejó un libro sobre la mesita y miró a la barra. La camarera rubia con rastas de la barra se lo estaba preparando sin necesidad de que lo pidiera, puesto que era una clienta diaria. Se lo acercó a la mesa. Con leche en vaso, dos azucarillos. La leche ardiendo.
“Gracias, Pé”- le dijo.“De nada, Diana”, y sonrió.Penélope. Era un nombre que le gustaba. Y sus rastas.Se concentró en el libro. Sylvia Platt. Poetisa suicida contemporánea. Describía la vida en ocasiones suave como el terciopelo y otras descarnada como un hueso. Pero siempre apasionada. Ella lo veía igual. Le encantaba.
Apenas había abierto el libro, una pelotita de papel la golpeó suavemente en la cabeza y cayó sobre su mesa. La cogió y miró a su izquierda, que era de donde provenía. A dos mesas de distancia había un chico sentado solo que la miraba. Era moreno, cerca de los 30, con el pelo corto. Llevaba unos vaqueros negros y un jersey gris de cuello alto. La estaba mirando y se tapaba la boca con un gesto entre avergonzado y divertido. Era muy atractivo.Diana se quedó perpleja. Le miró, y acto seguido miró la pelotita de papel que tenía en la mano. Se le escapó una sonrisa de incredulidad y la abrió. En ella había escrita una frase:

“No te imaginas lo sexy que estás ahí sola leyendo tu libro bajo el sol…”

Se quedó de piedra. Y una sonrisa le innundó la cara. Volvió a mirar al chico, que se estaba riendo. Le sonrió y dibujo una palabra muda al aire.”Gracias”.El chico no paraba de mirarla y sonreír y, bajo la atenta mirada de Diana, cogió otra servilleta y con un bolígrafo que tenía en la mano, empezó a escribir algo. Cuando terminó, hizo una pelotita y se la lanzó suavemente a las manos.Diana la recogió y le miró. Él también la miraba.
Los dos sonreían.
1 segundo.
2 segundos.
3 segund…
Ella apartó la mirada. Desenvolvió la pelotita y leyó lo escrito:“¿No te habré hecho daño en la cabeza, no?”A Diana se le escapó la risa. No pudo evitarlo. Le miró y le dijo que no con la cabeza. Él hizo un gesto teatral de alivio como si hubiera salvado la vida de una colisión múltiple de coches. Y Diana rió. En alto. Una carcajada. Estaba graciosísimo.
Fue entonces cuando Él se levanto y se acercó a su mesa. Se quedó parado de pie mirándola y le dijo:
“Menos mal, creía que podía haberte hecho una brecha o algo así”Diana rió otra vez. De cerca era muy atractivo. Tenía los ojos oscuros y llevaba una barba de tres días que le quedaba muy bien. Una mandíbula recta y unos labios muy bonitos.
“Sobre todo por que viniera el SAMUR y todo el follón que montarían aquí, ¿sabes?”. Él sonreía con expresión de pícaro mientras la miraba.Diana volvió a reír. Era alto, con buen porte. De complexión delgada, pero no enclenque.
“Tranquilo, no te habría denunciado” dijo ella sonriendo.Él se quedó callado mirándola.
“Me daba un poco de vergüenza levantarme y decírtelo directamente.”
“No importa, ha sido bonito.” Le contestó.

Se miraron. Ninguno de los dos sonreía ahora.

“¿Cómo te llamas?” le preguntó Él.

Siguieron mirándose.
1 segundo.
2 segundos.
3 segund…

“Diana. ¿Y tu?...”

“¿Yo?...yo, Javier…”

G.

107.2


Y cuando todo ha acabado, después de tanto tiempo y rodeado de la infructuosa soledad de la casa vacía, rodeado de cajas que ponen “frágil”. Frágil como ahora lo soy yo.Te sigo teniendo en mí, en mis labios aún te se, y estas cajas llevan tu esencia, y la música -que emana de la pequeña mini cadena que compramos para pintar las habitaciones- suena en sus notas a tu piel.Todos los adornos africanos que compraste en tus excursiones a Kenya, las fundas de los cojines, el incienso de cada país que querías visitar y que ya nunca lo harás conmigo...Absolutamente todo lleva tu nombre y tu fragancia, ese olor que desprendías cuando salías de la ducha, era un olor fresco, tu cuerpo me sabía a vida, a amor.Cuando llegabas a casa me abrazabas como si el mundo se fuera a destrozar tras tus pisadas hasta mí, el olor de tus enfados y tus carantoñas está también guardado con esmero en mi memoria y ahora, en frente de la calle, donde se encuentra el camión de la mudanza con tus recuerdos dentro.Oigo tus pasos ascender por las escaleras hasta el rellano,los siento fuerte, laten dentro de mi ser, al ritmo de mis latidos...Hace mucho tiempo que no se de ti, la última vez fue aquí también, cuando me dijiste que te marchabas, que mandarías tus cosas a recoger, estabas tan enfadada y yo solo pude decir lo que mas recordaba, “como bailaba tu pelo en aquella playa” Todo pareció desmoronarse bajo mis pies, la casa vieja y agrietada moría a cada pensamiento, y yacería eternamente cuando cruzases el umbral de la puerta, pero entonces me abrazaste, y tus manos se fundieron en mi cuello, sentí tu cuerpo pegándose al mío y haciéndose uno, como cuando me abrazabas de verdad...Esa tarde antes de marcharte me quitaste la ropa lentamente, sabiendo que lo harías por última vez, no existió Javier, ni los reproches, solo tu... y yo...Lo hiciste mirándome a los ojos y sacudiendo tus deseos insaciables en mis labios... todo se acababa, creí oírte llorar entre gemidos y besos, no pudiste evitar un te quiero, yo no pude evitar varios...De madrugada te marchaste cuando ya dormía, cuando ya te había dicho que te quedaras conmigo, aunque supiera que no lo harías.
Me dejaste una nota como excusa a tu cobardía:
“tengo que marcharme o esto nunca acabará, siento que todo haya acabado mal, siento no haberte creído...Siempre recordaré la fuerza en tu mirada cuando yo lloraba y tus besos de bienvenida a casa,
te echaré de menos, mi pequeño Al.Adiós.
Di.”
Ahora entrarías por esa puerta de desdichas y temores, el miedo corroe mis entrañas, tartamudean mis manos en sus acciones,cuando el timbre sonó recordé que habías tirado tus llaves en una de nuestras discusiones y yo ya apenas podía respirar...


Jl.

107.1




“Me voy, ya mandaré a alguien a por el resto de las cosas.”
Dijo esto mientras cruzaba el salón sin mirarle, a Él, que estaba parado en medio de la habitación como petrificado, con los brazos a los lados de su cuerpo, que parecía sin fuerza, a punto de derrumbarse. Ella avanzó con paso decidido hacia la puerta, no miraba a su alrededor, no quería ver nada, ningún objeto, ningún mueble, ningún recuerdo, sólo salir de allí. Y cuanto más rápido, mejor. Él la seguía con la mirada, como si viera algo que no pudiera estar pasando o el fantasma de alguien que ya no estuviera ahí. Cuando ella cogió el picaporte de la puerta para salir, agachó la cabeza, y cerró los ojos. Sentía que todo terminaba en ese instante. Con ése picaporte. La vida que conocía nunca volvería a ser igual. Nunca más. Diana, se iba. Así que cerró los ojos y espero el portazo. El último que ella daría, como la última campanada de una vieja iglesia, dejando todo
vibrando y como envasado al vacío. Esperó el fin de todo y cerró los ojos…y entonces, lo vió. -
“¿Sabes lo que recuerdo?- dijo muy bajito – Recuerdo cómo bailaba tu pelo.”
Ella se detuvo en seco. La mano en el picaporte.
Él habló despacio, muy bajito, como si Ella ya no estuviese ahí. Hablaba para sí mismo…
“Recuerdo cómo bailaba tu pelo en aquella playa. En Barcelona. Hace cuánto, ¿3 años?. Lo recuerdo perfectamente. Fue en la escapada que hicimos después de lo de tu padre, para huír del dolor, como para comprobar si podría seguirnos, si podría encontrarnos en la cala más remota que conocíamos. Fué cuando bajamos al acantilado que escondía nuestra cala, y yo dejaba nuestras cuatro cosas en la arena y extendía la toalla. Estábamos solos porque la tarde se acababa y había poca luz y un poco de viento. Si lo pienso bien, puedo sentirlo como si estuviera allí. Tú te dirigiste directa al mar sin decir nada, andando despacio, y te quedaste parada en la orilla, justo donde el mar terminaba de estirar las olas hasta la punta de tus pies descalzos. Te quedaste parada mirando al mar sin decir una sola palabra, y yo te veía desde atrás. Entonces el viento sopló y tu pelo comenzó a bailar… Era la época que lo llevabas más largo que nunca, y no era ni rojo ni naranja, era una mezcla perfecta que parecía diferente cada vez. Era como si llevases un atardecer sobre tu cabeza y que envolvía tu cuello. Empezó a bailar despacio, y cogió fuerza después. Saltaba y se estiraba, daba vueltas y parecía querer soltarse de tu cabellera. Los últimos rayos de luz le arrancaban brillos, cambiaba de color a ráfagas, y parecía que tenía vida. Parecía por momentos que era como agua, y parecía después que era una llama que no podía extinguirse. Bailaba sobre tus hombros mientras tu llorabas por la muerte de tu padre, parada, en la playa, y parecía que tu pelo demostraba al mar que tu no te apagarías nunca, por mucho dolor que sintieras, porque tu amas la vida sobre todas las cosas. Nunca te engañas. La aceptas con su dolor y su felicidad… Era increíble, y yo no podía dejar de mirarte. Recuerdo cómo bailaba tu pelo en aquella playa porque pensé en ese instante que eras la mujer de mi vida. Pensé que no existía una persona en todo el mundo que me hiciese sentir como lo haces tu, ni nadie que me comprenda de un forma tan completa. Pensé que quería ver tu pelo todos los días que me restaban de vida. Pensé en nuestros desayunos, en tus abrazos, en nuestros cursillos acelerados de italiano, en tu cara cuando duermes, en tus stripties con Bob Marley, en nuestras siestas, nuestras borracheras, los domingos eternos solos, tu numero del “equilibrista cojo” que tanto me hacía reir, en tu forma de llorar cuando ves una película pastelona, en tu cuerpo desnudo, en tus gritos en los atascos, tus mil y un sombreros, en los libros tan raros que lees, en la nota que me escribiste en aquella servilleta y en tu bufanda roja. Pensé en todo eso mientras te veía allí, parada mirando el mar con lágrimas en los ojos. Pensé que no podía tener más suerte, porque no existe nadie perfecto, pero tu eras perfecta para mi…Pensé que no podía quererte más que en ése instante… Pero todo eso fue antes. Antes de todo lo que vino después. De las discusiones, de mi nuevo trabajo, de que todo cambiara, de tus ganas de huír, de que perdieras las ganas, la fuerza, de que yo no comprendiera nada, de empezar a no pasar tiempo juntos. Antes de olvidarnos el uno al otro, de los gritos, las culpas, las peleas, las noches en las que no volvías, antes de mi hastío, tu rabia, mi inmovilidad, de que huyeras de nuestra cama … Antes de tu y Javier…antes de destruirnos. …y ahora estás aquí, a punto de irte para siempre…y lo único que recuerdo…es cómo bailaba tu pelo en aquella playa…”
Sus ojos eran un reguero de lágrimas, quizá las últimas que podrían brotar de sus recuerdos, de su alma. Él levantó la cabeza y la miró. Ella seguía ahí parada, dándole la espalda, con la cabeza apoyada en la puerta. Si el picaporte pudiese sentir, estaría estremecido por el temblor de la mano que lo amarraba, sin poderse controlar…
Sólo había silencio, roto de repente por unos pasos…
y por el atronador estallido….
…de un abrazo.
G.