Distinto Di-Al

Distinto Di-Al

miércoles, 18 de abril de 2007

107.6


Cuando escuchó el ruido de la puerta,
Se seco el dolor infestado de sus ojos para que ella no adivinase las dos horas de llanto que causaban su retraso.
Habían pasado ya un par de meses, desde que Diana comenzase con sus repentinas
escapadas en la noche madrileña,
antes solía salir una vez a la semana con todo el compendio de amigas marujonas de su adolescencia y del trabajo (Diana tenía un especial don en juntar a todas las amigas conocidas a lo largo de su vida, reunificándolas y haciéndolas amigas entre sí)

Pero esas salidas se habían convertido en mas que habituales.

Se habían arrutinado sobre sus cabezas, sobre sus silencios cada vez mayores y sobre el corazón de Alberto, cada vez mas lastimado y compungido.
Alberto averiguó la semana pasada al llamar a Luz su mejor amiga de la facultad que ese día quedaron todas para cenar en un restaurante cerca de la castellana,
Pero Di no había aparecido a la cita.
Alberto aguantó apretando su labios con fuerza el impulso casi irrefrenable de romper en llanto para no asustar a Luz por el auricular,
Tampoco dijo nada a Diana, mientras ella soltaba su retahíla de mentiras encima de la mesa de la sala de estar.

Ahora ya no se atrevía,
Tenía el miedo de la verdad, el miedo cobarde que uno siente cuando ama a alguien y no desea oír lo que ya conoce de labios de la causante de todo.
El lo sabía,
Poco a poco se hundía en un fango viscoso de mentiras y rencores,
Lloraba desesperadamente en el intermedio entre su vuelta a casa y la llegada de Diana.
Ella lo hacía en la ducha, mientras se quitaba el olor castigado del sudor de Javier,
El olor de la pasión amante y proscrita.

Diana empezó a notar el cambio de humor de su compañero, la sequedad de sus palabras y el tedio de sus besos.
Pero no daba justificación a su estado,
Siempre había intentado complacerle, mantener su sonrisa de satisfacción mientras estaba con el, no comprendía su desasosiego, y con avaricia empezó a achacarlo a causas ajenas.
Empezaron a alejarse mutuamente,
A sobrevivir en el yugo de la incomunicación y el pánico.
A sufrir por separado,
A morir por dentro lenta y silenciosamente.

El por la impotencia y el miedo de lo que se avecinaba, de su pérdida.
Ella por el temor de vivir una aventura, el engaño, el futuro.

Un miércoles Diana logró separarse con tristeza, media hora antes de los brazos fuertes y cálidos de Javier, para no levantar sospechas,

Cuando abrió la puerta de casa,
esa casa que tantas risas y palabras les había regalado en el pasado, descubrió que algo había cambiado,
No tuvo que esforzarse mucho en reconocerlo,
La luz del salón estaba apagada, subió hasta la habitación para confirmar lo que ya sospechaba,
Alberto tampoco había regresado a casa esa noche.
Pensó que el también había aprovechado para tomar unas cervezas con sus nuevos compañeros de trabajo y se acostó.
Por la mañana, cuando Di despertó, notó con sus piernas encogidas que el hueco de la cama correspondiente a su novio, seguía vacío,
no había pasado allí la noche,
no tenía ni la menor idea de donde se podía encontrar.
Un sentimiento ardoroso se precipitó desde su estómago hasta su garganta,
ardían a fuego rápido las sobras egoístas e injustificadas de sus celos,
pensó que probablemente se vengaba de ella, por todas las noches que
ella la había hecho esperar con la cena preparada y mas tarde tirada a la basura...
Tirada a la basura como tiraba su relación con aquel chico de ojos grises que conoció hace ya muchos años y que había amado con locura desde que le besó por primera vez.
Diana llamó al trabajo para justificar una enfermedad inexistente,
Y se quedó todo el día en casa esperando a que Alberto diese una señal a su
repentina desaparición.
Jl

martes, 10 de abril de 2007

107.5



Escuchó cómo la puerta del portal se cerraba a su espalda con estrépito. Enfiló la calle con decisión y avanzó rápido. Hacía bastante viento y se subió el cuello del abrigo. Iba a paso rápido, casi como lo que ocurría dentro de su cabeza. Todo el bullicio y descontrol que se había desencadenado en su cabeza. No podía dejar de recordar, mientras avanzaba hacia su coche, en todo lo que acababa de pasar durante las últimas cuatro horas en casa de Javier.

Desde el principio.
Su mente rememoraba el instante en el que ella había entrado en la casa de Javier. Quedó completamente fascinada a la primera mirada.

La casa era roja.
Completamente roja.

El techo y las paredes tenían diferentes tonalidades, que evitaban que el ambiente se cargara demasiado y cuando Javier encendió las luces, eran una combinación de ambientales bajas con un par de focales muy bien dirigidas. El ambiente era muy relajante y exótico a la vez, porque verse rodeada de un color tan intenso como ése y no verse abrumada provoca una sensación extraña pero agradable. Los muebles de diseño, y la presencia dominante del negro lo equilibraban todo. Esa casa le gustó desde la primera mirada.

Su cabeza pasó a la conversación con el vino.
A la continuación del descubrimiento que comenzó esa misma mañana en “El Refugio”, cuando decidió entrar dos horas más tarde a trabajar para descubrir quién era el hombre de las pelotitas. Ese hombre que la miraba atravesándola, pero con dulzura, sin conocerla de nada.
Decidió darle un par de cafés y muchas carcajadas, porque resulto que el hombre de las pelotitas se llamaba Javier, y era un tipo divertidísimo, que le encantó. Y no pudo resistirse a quedar con él cuando terminara de trabajar. “Una cena y desaparezco de tu vida” decía, “una cena y no me tienes que aguantar más”, y se reía. Y ella también se reía. Porque le gustaba.

Diana quería conocer. Quería conocer a Javier. Lo sintió desde el primer instante en el que se sentó delante de ella en “El Refugio” tras pedirle permiso y que ella se lo concediera. Lo primero que pensó fue en Alberto. Pensó en si estaba haciendo mal. En si estaba haciendo mal al querer conocer a un hombre estando enamorada de otro. Y automáticamente pensó en que sonaba estúpido preguntarse eso. Ella no estaba atada ni encadenada. Que una mujer ame a un hombre no corta su capacidad de relacionarse con el sexo opuesto. Ella era una mujer independiente que tomaba sus decisiones día a día, y ella quería a Alberto. Lo único que ocurría, era que deseaba conocer a Javier.

Así que una vez en su casa, bebieron y hablaron.
Y no paraban de quitarse la palabra de la boca el uno al otro. Y no podían dejar de mirarse. Ni durante lo que duraba un parpadeo. No podían.

Y pensó en su boca.
La boca de Javier.
Lo envolvía todo.
Su boca que la había recorrido entera hasta hacía sólo unos minutos una calle más abajo y cuatro pisos más arriba. La boca que la había arrancado la piel, que la había besado de la forma más dulce que había sentido nunca para luego morderla con fuerza, pero sin hacerla daño. La boca que le había susurrado al oído con todo su peso:”¿Lo sientes?...¿Lo sientes, Diana?”
Lo sentía. Como un martillo sobre ella. La sensación de que se mezclaban, y que no podía parar. No podía parar de arañarle la espalda, el pecho, la cabeza, la cara…para besar después todos sus arañazos, y besarle la cara entera…y besarle entero a él.
Pensaba en la boca de Javier. Que la había sometido. Que la había adorado.

Y pensaba en Alberto.
Ya conducía hacia casa.
Alberto.
En cómo le quería. Y en qué iba ha hacer ahora.
En cómo se lo iba a decir. Porque se lo iba a decir, eso seguro. Pero no ahora. No con el olor de Javier sobre ella. No con su boca en su oído…

…”¿Lo sientes, Diana?...¿Lo sientes?”

Eran las Tres y media de la noche. Ella tenía que haber llegado a las diez y media u once como muy tarde un día normal. Encendió el móvil. Seis llamadas perdidas. Todas de Alberto. Normal, ella no solía retrasarse sin avisar.
“Estará preocupado.- pensó- Siempre que me quedo a tomar algo con las chicas le llamo.”

La ansiedad se sentó justo encima de su estómago, porque no había otro lugar mejor en ese momento, parecía ser, y la acompañó todo el recorrido hasta la puerta de su casa.
Subió las escaleras, porque no quería meterse en un espacio cerrado como el ascensor. Subió los peldaños despacio, uno a uno, pensando a cada paso en Alberto. Su amor. Su compañero. Alberto. Estaría levantado porque estaría preocupado. Él era muy atento y enseguida se preocupaba por cualquier cosa, por mínima que sea. Como cuando Aries, el perro que tenían juntos, se empachó con una bolsa de albaricoques que encontró en el suelo y Al creía que el perro se estaba muriendo.
“A lo mejor se ha comido algún bicho que se ha encontrado por ahí – decía con cara de preocupación- ¿Sé abra envenenado con algo?”.Y Diana se reía mientras Aries se vaciaba en ventosidades tirado en el suelo de la cocina.
“Mañana estará bien, no te preocupes” decía Di. Y Al seguía en sus divagaciones : “Ahora que lo pienso, hace un par de días que no veo al gato de Mercedes, la vieja de al lado…” Y entonces los dos reían.

Diana sonrió.
Estaría despierto. Alberto.
Cuando llegó ante su puerta, tenía ganas de gritar. De abrir la puerta de una patada y gritar perdón. De abrazarse a Al y de decirle que le amaba. Que era el hombre de sus sueños y que se lo había dado todo. Que no sabía cómo no lo había podido parar todo antes y que no le merecía.
Quería gritar con todas sus fuerzas.
Con todas sus fuerzas y quedarse sin voz.
Sin voz y seguir gritando…

Respiró y metió la llave en la cerradura.
Giró la llave y un instante antes de abrir, pensó en la boca de Javier.

Avanzó por el pasillo y llegó al salón. Alberto estaba sentado de espaldas a ella viendo la tele. Se giró con sorpresa.

- “Di!, eres tu? Joder nena, te he estado llamando. Es muy tarde.”
- “Lo sé, feo, pero las chicas me han liado y no tenía batería. Les he dicho que una caña pero…”- se acercó rápido al sofá y le besó en los labios. Rápido también.
- “Joder, estaba un poco preocupado… en fin. Te has perdido “House” y la increíble cena que había preparado para los dos… ¿Qué tal ha ido? ¿Habéis vuelto ha vaciar las bodegas de Madrid?”- y sonrió.
- “No ha sido para tanto, pero Marisa a tenido que pedir un taxi.”
- “Es que Marisa tiene un problema con la bebida y no queréis admitirlo”- dijo con cara de pillo.
- “¡No digas eso!”- contestó Diana haciéndose la ofendida en defensa de su amiga. – Me voy a duchar y me acuesto.”
- “Ok.”

Se metió al baño tras quitarse el abrigo y dejar el bolso y las llaves en el dormitorio. Sentía como le temblaban las piernas y esa sensación de gritar se apoderaba de ella otra vez. Se desnudó rápido y abrió el agua caliente.

- “¿Te caliento la cena en un momento, pendón?” escuchó desde el salón a Alberto.
- “¡No tengo hambre, gracias feo!” – le contestó gritando desde la bañera.

El ruido de la ducha encendida chorreando agua hirviendo evitó que Alberto escuchara como Diana rompía a llorar.
G.