Distinto Di-Al

Distinto Di-Al

martes, 10 de abril de 2007

107.5



Escuchó cómo la puerta del portal se cerraba a su espalda con estrépito. Enfiló la calle con decisión y avanzó rápido. Hacía bastante viento y se subió el cuello del abrigo. Iba a paso rápido, casi como lo que ocurría dentro de su cabeza. Todo el bullicio y descontrol que se había desencadenado en su cabeza. No podía dejar de recordar, mientras avanzaba hacia su coche, en todo lo que acababa de pasar durante las últimas cuatro horas en casa de Javier.

Desde el principio.
Su mente rememoraba el instante en el que ella había entrado en la casa de Javier. Quedó completamente fascinada a la primera mirada.

La casa era roja.
Completamente roja.

El techo y las paredes tenían diferentes tonalidades, que evitaban que el ambiente se cargara demasiado y cuando Javier encendió las luces, eran una combinación de ambientales bajas con un par de focales muy bien dirigidas. El ambiente era muy relajante y exótico a la vez, porque verse rodeada de un color tan intenso como ése y no verse abrumada provoca una sensación extraña pero agradable. Los muebles de diseño, y la presencia dominante del negro lo equilibraban todo. Esa casa le gustó desde la primera mirada.

Su cabeza pasó a la conversación con el vino.
A la continuación del descubrimiento que comenzó esa misma mañana en “El Refugio”, cuando decidió entrar dos horas más tarde a trabajar para descubrir quién era el hombre de las pelotitas. Ese hombre que la miraba atravesándola, pero con dulzura, sin conocerla de nada.
Decidió darle un par de cafés y muchas carcajadas, porque resulto que el hombre de las pelotitas se llamaba Javier, y era un tipo divertidísimo, que le encantó. Y no pudo resistirse a quedar con él cuando terminara de trabajar. “Una cena y desaparezco de tu vida” decía, “una cena y no me tienes que aguantar más”, y se reía. Y ella también se reía. Porque le gustaba.

Diana quería conocer. Quería conocer a Javier. Lo sintió desde el primer instante en el que se sentó delante de ella en “El Refugio” tras pedirle permiso y que ella se lo concediera. Lo primero que pensó fue en Alberto. Pensó en si estaba haciendo mal. En si estaba haciendo mal al querer conocer a un hombre estando enamorada de otro. Y automáticamente pensó en que sonaba estúpido preguntarse eso. Ella no estaba atada ni encadenada. Que una mujer ame a un hombre no corta su capacidad de relacionarse con el sexo opuesto. Ella era una mujer independiente que tomaba sus decisiones día a día, y ella quería a Alberto. Lo único que ocurría, era que deseaba conocer a Javier.

Así que una vez en su casa, bebieron y hablaron.
Y no paraban de quitarse la palabra de la boca el uno al otro. Y no podían dejar de mirarse. Ni durante lo que duraba un parpadeo. No podían.

Y pensó en su boca.
La boca de Javier.
Lo envolvía todo.
Su boca que la había recorrido entera hasta hacía sólo unos minutos una calle más abajo y cuatro pisos más arriba. La boca que la había arrancado la piel, que la había besado de la forma más dulce que había sentido nunca para luego morderla con fuerza, pero sin hacerla daño. La boca que le había susurrado al oído con todo su peso:”¿Lo sientes?...¿Lo sientes, Diana?”
Lo sentía. Como un martillo sobre ella. La sensación de que se mezclaban, y que no podía parar. No podía parar de arañarle la espalda, el pecho, la cabeza, la cara…para besar después todos sus arañazos, y besarle la cara entera…y besarle entero a él.
Pensaba en la boca de Javier. Que la había sometido. Que la había adorado.

Y pensaba en Alberto.
Ya conducía hacia casa.
Alberto.
En cómo le quería. Y en qué iba ha hacer ahora.
En cómo se lo iba a decir. Porque se lo iba a decir, eso seguro. Pero no ahora. No con el olor de Javier sobre ella. No con su boca en su oído…

…”¿Lo sientes, Diana?...¿Lo sientes?”

Eran las Tres y media de la noche. Ella tenía que haber llegado a las diez y media u once como muy tarde un día normal. Encendió el móvil. Seis llamadas perdidas. Todas de Alberto. Normal, ella no solía retrasarse sin avisar.
“Estará preocupado.- pensó- Siempre que me quedo a tomar algo con las chicas le llamo.”

La ansiedad se sentó justo encima de su estómago, porque no había otro lugar mejor en ese momento, parecía ser, y la acompañó todo el recorrido hasta la puerta de su casa.
Subió las escaleras, porque no quería meterse en un espacio cerrado como el ascensor. Subió los peldaños despacio, uno a uno, pensando a cada paso en Alberto. Su amor. Su compañero. Alberto. Estaría levantado porque estaría preocupado. Él era muy atento y enseguida se preocupaba por cualquier cosa, por mínima que sea. Como cuando Aries, el perro que tenían juntos, se empachó con una bolsa de albaricoques que encontró en el suelo y Al creía que el perro se estaba muriendo.
“A lo mejor se ha comido algún bicho que se ha encontrado por ahí – decía con cara de preocupación- ¿Sé abra envenenado con algo?”.Y Diana se reía mientras Aries se vaciaba en ventosidades tirado en el suelo de la cocina.
“Mañana estará bien, no te preocupes” decía Di. Y Al seguía en sus divagaciones : “Ahora que lo pienso, hace un par de días que no veo al gato de Mercedes, la vieja de al lado…” Y entonces los dos reían.

Diana sonrió.
Estaría despierto. Alberto.
Cuando llegó ante su puerta, tenía ganas de gritar. De abrir la puerta de una patada y gritar perdón. De abrazarse a Al y de decirle que le amaba. Que era el hombre de sus sueños y que se lo había dado todo. Que no sabía cómo no lo había podido parar todo antes y que no le merecía.
Quería gritar con todas sus fuerzas.
Con todas sus fuerzas y quedarse sin voz.
Sin voz y seguir gritando…

Respiró y metió la llave en la cerradura.
Giró la llave y un instante antes de abrir, pensó en la boca de Javier.

Avanzó por el pasillo y llegó al salón. Alberto estaba sentado de espaldas a ella viendo la tele. Se giró con sorpresa.

- “Di!, eres tu? Joder nena, te he estado llamando. Es muy tarde.”
- “Lo sé, feo, pero las chicas me han liado y no tenía batería. Les he dicho que una caña pero…”- se acercó rápido al sofá y le besó en los labios. Rápido también.
- “Joder, estaba un poco preocupado… en fin. Te has perdido “House” y la increíble cena que había preparado para los dos… ¿Qué tal ha ido? ¿Habéis vuelto ha vaciar las bodegas de Madrid?”- y sonrió.
- “No ha sido para tanto, pero Marisa a tenido que pedir un taxi.”
- “Es que Marisa tiene un problema con la bebida y no queréis admitirlo”- dijo con cara de pillo.
- “¡No digas eso!”- contestó Diana haciéndose la ofendida en defensa de su amiga. – Me voy a duchar y me acuesto.”
- “Ok.”

Se metió al baño tras quitarse el abrigo y dejar el bolso y las llaves en el dormitorio. Sentía como le temblaban las piernas y esa sensación de gritar se apoderaba de ella otra vez. Se desnudó rápido y abrió el agua caliente.

- “¿Te caliento la cena en un momento, pendón?” escuchó desde el salón a Alberto.
- “¡No tengo hambre, gracias feo!” – le contestó gritando desde la bañera.

El ruido de la ducha encendida chorreando agua hirviendo evitó que Alberto escuchara como Diana rompía a llorar.
G.

7 comentarios:

.JL. en los afelios dijo...

buffff...
valla final mas bruto!!!!

julio.

Gaby dijo...

todo tuyo... ;)

Gaby.

India dijo...

puedo?

Claire dijo...

Y la ansiedad en el estomago continuo..mezclandose con sus sueños...arañandole la conciencia...

el santo job dijo...

carallo....
me ha sonado horriblemente familiar
aunque estupendamente escrito

Alice ya no vive aquí dijo...

Me acabo de romper en tantos trocitos que me va a costar recomponer mi compostura.

La conciencia del deseo y del amor en direcciones opuestas. Las ganas y la pasión gritando en los labios de uno, la caricia del amor, del compañero de camino gritando en los brazos del otro.

Y ella en medio sin poder dejar de llorar, perdida, rota, sin saber por qué a veces el alma se divide de esa manera...

Anónimo dijo...

Si esperaís q sienta compasión de ella, os digo desde ahora mismo,que no puedo. Y te aseguro querido autor q has estado a punto de conseguirlo,pero mi moral es mas fuerte! Y da igual lo q digais ls demás, las cosas no se hacen asi.