
Cuando escuchó el ruido de la puerta,
Se seco el dolor infestado de sus ojos para que ella no adivinase las dos horas de llanto que causaban su retraso.
Habían pasado ya un par de meses, desde que Diana comenzase con sus repentinas
escapadas en la noche madrileña,
antes solía salir una vez a la semana con todo el compendio de amigas marujonas de su adolescencia y del trabajo (Diana tenía un especial don en juntar a todas las amigas conocidas a lo largo de su vida, reunificándolas y haciéndolas amigas entre sí)
Pero esas salidas se habían convertido en mas que habituales.
Se habían arrutinado sobre sus cabezas, sobre sus silencios cada vez mayores y sobre el corazón de Alberto, cada vez mas lastimado y compungido.
Alberto averiguó la semana pasada al llamar a Luz su mejor amiga de la facultad que ese día quedaron todas para cenar en un restaurante cerca de la castellana,
Pero Di no había aparecido a la cita.
Alberto aguantó apretando su labios con fuerza el impulso casi irrefrenable de romper en llanto para no asustar a Luz por el auricular,
Tampoco dijo nada a Diana, mientras ella soltaba su retahíla de mentiras encima de la mesa de la sala de estar.
Ahora ya no se atrevía,
Tenía el miedo de la verdad, el miedo cobarde que uno siente cuando ama a alguien y no desea oír lo que ya conoce de labios de la causante de todo.
El lo sabía,
Poco a poco se hundía en un fango viscoso de mentiras y rencores,
Lloraba desesperadamente en el intermedio entre su vuelta a casa y la llegada de Diana.
Ella lo hacía en la ducha, mientras se quitaba el olor castigado del sudor de Javier,
El olor de la pasión amante y proscrita.
Diana empezó a notar el cambio de humor de su compañero, la sequedad de sus palabras y el tedio de sus besos.
Pero no daba justificación a su estado,
Siempre había intentado complacerle, mantener su sonrisa de satisfacción mientras estaba con el, no comprendía su desasosiego, y con avaricia empezó a achacarlo a causas ajenas.
Empezaron a alejarse mutuamente,
A sobrevivir en el yugo de la incomunicación y el pánico.
A sufrir por separado,
A morir por dentro lenta y silenciosamente.
El por la impotencia y el miedo de lo que se avecinaba, de su pérdida.
Ella por el temor de vivir una aventura, el engaño, el futuro.
Un miércoles Diana logró separarse con tristeza, media hora antes de los brazos fuertes y cálidos de Javier, para no levantar sospechas,
Cuando abrió la puerta de casa,
esa casa que tantas risas y palabras les había regalado en el pasado, descubrió que algo había cambiado,
No tuvo que esforzarse mucho en reconocerlo,
La luz del salón estaba apagada, subió hasta la habitación para confirmar lo que ya sospechaba,
Alberto tampoco había regresado a casa esa noche.
Pensó que el también había aprovechado para tomar unas cervezas con sus nuevos compañeros de trabajo y se acostó.
Por la mañana, cuando Di despertó, notó con sus piernas encogidas que el hueco de la cama correspondiente a su novio, seguía vacío,
no había pasado allí la noche,
no tenía ni la menor idea de donde se podía encontrar.
Un sentimiento ardoroso se precipitó desde su estómago hasta su garganta,
ardían a fuego rápido las sobras egoístas e injustificadas de sus celos,
pensó que probablemente se vengaba de ella, por todas las noches que
ella la había hecho esperar con la cena preparada y mas tarde tirada a la basura...
Tirada a la basura como tiraba su relación con aquel chico de ojos grises que conoció hace ya muchos años y que había amado con locura desde que le besó por primera vez.
Diana llamó al trabajo para justificar una enfermedad inexistente,
Y se quedó todo el día en casa esperando a que Alberto diese una señal a su
repentina desaparición.
Se seco el dolor infestado de sus ojos para que ella no adivinase las dos horas de llanto que causaban su retraso.
Habían pasado ya un par de meses, desde que Diana comenzase con sus repentinas
escapadas en la noche madrileña,
antes solía salir una vez a la semana con todo el compendio de amigas marujonas de su adolescencia y del trabajo (Diana tenía un especial don en juntar a todas las amigas conocidas a lo largo de su vida, reunificándolas y haciéndolas amigas entre sí)
Pero esas salidas se habían convertido en mas que habituales.
Se habían arrutinado sobre sus cabezas, sobre sus silencios cada vez mayores y sobre el corazón de Alberto, cada vez mas lastimado y compungido.
Alberto averiguó la semana pasada al llamar a Luz su mejor amiga de la facultad que ese día quedaron todas para cenar en un restaurante cerca de la castellana,
Pero Di no había aparecido a la cita.
Alberto aguantó apretando su labios con fuerza el impulso casi irrefrenable de romper en llanto para no asustar a Luz por el auricular,
Tampoco dijo nada a Diana, mientras ella soltaba su retahíla de mentiras encima de la mesa de la sala de estar.
Ahora ya no se atrevía,
Tenía el miedo de la verdad, el miedo cobarde que uno siente cuando ama a alguien y no desea oír lo que ya conoce de labios de la causante de todo.
El lo sabía,
Poco a poco se hundía en un fango viscoso de mentiras y rencores,
Lloraba desesperadamente en el intermedio entre su vuelta a casa y la llegada de Diana.
Ella lo hacía en la ducha, mientras se quitaba el olor castigado del sudor de Javier,
El olor de la pasión amante y proscrita.
Diana empezó a notar el cambio de humor de su compañero, la sequedad de sus palabras y el tedio de sus besos.
Pero no daba justificación a su estado,
Siempre había intentado complacerle, mantener su sonrisa de satisfacción mientras estaba con el, no comprendía su desasosiego, y con avaricia empezó a achacarlo a causas ajenas.
Empezaron a alejarse mutuamente,
A sobrevivir en el yugo de la incomunicación y el pánico.
A sufrir por separado,
A morir por dentro lenta y silenciosamente.
El por la impotencia y el miedo de lo que se avecinaba, de su pérdida.
Ella por el temor de vivir una aventura, el engaño, el futuro.
Un miércoles Diana logró separarse con tristeza, media hora antes de los brazos fuertes y cálidos de Javier, para no levantar sospechas,
Cuando abrió la puerta de casa,
esa casa que tantas risas y palabras les había regalado en el pasado, descubrió que algo había cambiado,
No tuvo que esforzarse mucho en reconocerlo,
La luz del salón estaba apagada, subió hasta la habitación para confirmar lo que ya sospechaba,
Alberto tampoco había regresado a casa esa noche.
Pensó que el también había aprovechado para tomar unas cervezas con sus nuevos compañeros de trabajo y se acostó.
Por la mañana, cuando Di despertó, notó con sus piernas encogidas que el hueco de la cama correspondiente a su novio, seguía vacío,
no había pasado allí la noche,
no tenía ni la menor idea de donde se podía encontrar.
Un sentimiento ardoroso se precipitó desde su estómago hasta su garganta,
ardían a fuego rápido las sobras egoístas e injustificadas de sus celos,
pensó que probablemente se vengaba de ella, por todas las noches que
ella la había hecho esperar con la cena preparada y mas tarde tirada a la basura...
Tirada a la basura como tiraba su relación con aquel chico de ojos grises que conoció hace ya muchos años y que había amado con locura desde que le besó por primera vez.
Diana llamó al trabajo para justificar una enfermedad inexistente,
Y se quedó todo el día en casa esperando a que Alberto diese una señal a su
repentina desaparición.
Jl